Trigésima semana del tiempo durante el año

Clausurada la XV sesión del Sínodo de los Obispos, que trató sobre Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, ahora podemos esperar la exhortación apostólica en la que el Papa comunicará al Pueblo de Dios los frutos del Sínodo.

La figura del ciego Bartimeo puede representarnos en nuestra espera. Como Iglesia reconocemos que necesitamos ver: verlo a Él mismo, cuya figura – en su Cuerpo, del que somos miembros- se nos ha oscurecido para nosotros mismos, y mucho más para los pueblos y la creación entera, a los que Jesús nos envía a anunciarles la Buena Noticia (cf. Mateo 28,19 y Marcos 16,15). Por eso, confiamos en la acción del Espíritu que ha estado iluminando a los Padres sinodales, a los jóvenes auditores y a los peritos que los han acompañado. Tenemos, entonces, que imitar a Bartimeo: clamar con fe a Jesús, y saltar hacia Él cuando nos llame, aunque aún no veamos adónde nos llama. Ya sabemos que Jesús va hacia Jerusalén, “adelante de sus discípulos que lo seguían admirados y asustados” (Marcos 10,32), y Bartimeo, sanado de su ceguera, lo seguirá “por el camino” (ib. 10,52). Ese camino cuya meta el mismo Jesús ha anunciado: Será entregado, condenado a muerte y morirá (Cf. ib. 10,34).

Esperamos participar como Iglesia de la gloria del Resucitado, pero para ello hemos de pasar con Él por el Calvario. Durante mucho tiempo hemos confundido las alegrías pasajeras con la Alegría del Evangelio; miremos nuestra crisis como una ocasión de  purificación, para que sea realmente Jesucristo el que esté al centro de nuestra Iglesia. Así  será Él aquel a quien anunciemos en nuestras actividades pastorales, y se hará realidad para nosotros la alegría que proclaman Jeremías y el salmo responsorial de este domingo. Confiemos, por lo tanto en nuestro Sumo Sacerdote. Él ofreció ya el único sacrificio que nos abre definitivamente el acceso al Padre. Confiemos en que nos devolverá la luz que recibimos en nuestro bautismo, y que debe iluminar a quienes nos rodean.

Nos anima también en nuestro caminar la “nube de testigos” que celebramos en la Solemnidad de Todos los Santos, el jueves 1, y los Fieles Difuntos que nos precedieron en la fe, y esperan compartir la gloria de la Resurrección, por los que rogamos el viernes 2. Tengamos, entonces, la fe y el valor de Bartimeo, para presentar al Señor nuestra súplica, y dispongámonos a retomar nuestro camino, siguiendo a Jesús.

A ser hijos de la luz nos llama la antífona del salmo, el lunes de esta semana, respuesta al llamado de Pablo en la carta a los Efesios. Sus capítulos finales nos  indican cómo realizar en nuestra vida el designio amoroso de Dios, que ha sido el tema de la carta. No se trata sólo de consejos prácticos más o menos moralistas: es un programa de vida: Amar como Cristo nos amó. Por su parte, los párrafos del evangelio de san Lucas nos reconfortan en la esperanza: Seguir a Cristo nos libera, como a la mujer encorvada, para que en la rutina de cada día, hagamos el bien. Así colaboraremos para que el Reino de Dios se haga presente en medio de nosotros.

El sábado 3 retomaremos el ciclo ferial, entrando ya en la cariñosa carta de Pablo a los Filipenses, que comparte con nosotros la experiencia de vivir en Cristo. Y la parábola de los invitados al banquete reitera la invitación de Jesús a seguirlo por el camino del abajamiento. Ése fue el camino de san Martín de Porres (Fray Escoba, +1639) a quien nuestro continente recuerda en ese día. Fue, en otro contexto, el camino de san Alonso Rodríguez (+1617), apostólico hermano portero del colegio jesuita de Palma de Mallorca.

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