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Hay situaciones en la vida en que nos parece que todo sucumbe a nuestro alrededor; incluso nos parece que nuestra propia vida se hunde en un mar de problemas y nos sentimos a punto de perecer… Es una experiencia profundamente humana; también los discípulos pasaron por ella. Es en esos momentos en que, con más fuerza, estamos invitados a acudir a Jesús, nuestro Maestro, implorando su salvación.
Hemos sido testigos, en los últimos años, de graves situaciones que han afectado a nuestra Iglesia y a una serie de instituciones que nos parecían incuestionables. Todos, de una u otra manera, nos hemos visto afectados por la profunda crisis social por la que atraviesa nuestro país. Ahora, más que nunca, es cuando necesitamos acudir a las raíces de nuestra fe: a nuestra experiencia de Jesucristo muerto y resucitado, vencedor de las sombras, del pecado y de la muerte. ¡Jesucristo es nuestra luz y nuestra esperanza!
En este mes, que para muchos es sinónimo de vacaciones, démonos un tiempo tranquilo para intensificar nuestra oración y para disponer nuestros corazones a la escucha de los demás y sus necesidades, haciéndonos solidarios con el dolor de tantos hermanos nuestros que son vulnerados en sus derechos y dignidad de hijos e hijas de Dios. Hagamos de la Cuaresma, que está por iniciar, un verdadero tiempo penitencial: un tiempo de auténtica y sincera conversión.
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