Un antiguo nuevo modo de vida…

Cuando los apóstoles son liberados de una de sus primeras prisiones, el mensajero de parte de Dios les dice: “Vayan y anuncien todo lo que se refiere a este nuevo modo de vida.” (Hch. 5, 20) Para la primera comunidad, el cristianismo era eso: un nuevo modo de vida. Este se ilustra así: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.” (Hch. 2, 42 – 47) Más allá de la idealización, la convicción apostólica era que el evangelio se transmitía por la predicación, pero lo que convencía era el testimonio del estilo de vida. Esta es la base misma del Cristianismo sin toda la hojarasca del tiempo, los dogmas, los cánones, las liturgias y los planes pastorales…
La CG 36 retoma esta intuición al hablar de Vida y Misión; no ya de identidad y misión. Y en el decreto 1 después de describir el mundo con sus luces y sombras y señalar nuestra misión de reconciliación y justicia, lo primero que hace es hablar de la necesidad de “una comunidad de discernimiento con horizontes abiertos”. No habla primero de lo que hay que hacer, de obras apostólicas (de eso hablará más adelante). Habla de comunidad, de vida en común, de un modo de vida. Comunidades encarnadas en cercanía real con los pobres, discerniendo la misión, y testimoniando el amor de Dios siendo por eso ella misma misión. La Misión va estrechamente unida a “este nuevo modo de vida”
Tal vez, en este proceso de revisión del PAC y la preparación del PAC2, debamos reflexionar sobre esto un poco más. Las comunidades jesuitas están llamadas a ser “hogares para el Reino” (D1, 13), y las obras apostólicas deberían ser comunidades de vida y discernimiento para anunciar el Reino. Este proceso se da además, en tiempos de pandemia que ponen en cuestión la “antigua normalidad” es decir el antiguo modo de vida. Solemos repetir esto mirando hacia afuera –este orden mundial injusto e inequitativo-, pero también deberíamos decírnoslo a nosotros: nuestra antigua normalidad comunitaria y apostólica ¿no debería ser replanteada también?
En estos tiempos de aislamiento los jesuitas hemos revalorizado la vida comunitaria. Sería bueno profundizar ¿qué hemos aprendido? Y ¿quiénes han sido nuestros maestros? Particularmente creo que deberíamos mirar una vez más a nuestros maestros principales: los pobres. En estos meses he visto a gente muy pobre compartir lo poco que tenían en ollas populares, en comedores barriales, en merenderos. Gente mayor arriesgando su vida para cocinar para que pudieran comer otras familias, pequeños almaceneros dando de su propia mercadería para que las familias más pobres del barrio comieran, mujeres madres que a pesar de pasar necesidad decían: “padre la caja con alimentos que me va a dar a mí désela a la de aquella familia que tiene cuatro niños y no tienen nada”. Resuena el “nuevo modo de vida”
¿Qué dice este “nuevo modo de vida” a nuestras redes apostólicas en las que colaboramos laicas, laicos y jesuitas? Creo que deberían ser más comunidades de discernimiento que estructuras de planificación y más que una agenda deberían tener un itinerario espiritual del que surjan opciones más evangélicas; deberían alimentar una espiritualidad de la que surjan iniciativas marcadas por la creatividad del Espíritu que no se deja vencer en imaginación. Tal vez, digo, nuestras redes deberían ser más comunidades de aprendizaje, de compartir, de discernimiento. Espacios en los que sin tanta agenda podamos orar más juntos, y desde ese espíritu escuchar “lo que el Espíritu dice a las iglesias”. Más que nunca es actual el “canto del cisne” del Padre Arrupe: “Diré una cosa más, y por favor no lo olviden. Recen. Recen mucho. Los esfuerzos humanos no resuelven problemas como estos. Les estoy diciendo cosas que quiero enfatizar, un mensaje -tal vez sea este mi último canto para la Compañía-. Oramos al principio y al final, ¡somos buenos cristianos! Pero nuestras reuniones de tres días, si utilizamos la mitad del día en oración sobre las conclusiones que esperamos encontrar, o sobre nuestros puntos de vista, tendremos «luces» muy distintas. Y alcanzaremos unas síntesis muy distintas – a pesar de puntos de vista distintos- puntos que nunca podríamos encontrar en libros ni alcanzar a través de discusión.”
Las estructuras de este mundo injusto se transformarán si se transforman los corazones. Y en esa transformación Dios suele obrar por la fuerza de la palabra y de las obras, pero sobre todo con la fuerza arrasadora del ejemplo. Por eso en tiempos de “nueva normalidad” el envío siempre antiguo y siempre nuevo sigue en pie para nosotros Cuerpo Apostólico de América Latina y el Caribe: “Vayan y anuncien todo lo que se refiere a este nuevo modo de vida”.

Rafael Velasco, SJ

Provincial ARU

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