Un exceso de conciencia y humanidad

Columna de Carlos Álvarez SJ, publicada en revista Jesuitas n 59

Después de las elecciones de Trump, en USA, una amiga académica con quien trabajo me decía: “tengo la urgencia de compartirte mi sentimiento. En mi meditación, la figura de Etty Hillesum se impuso. Tenemos todos la necesidad de un “exceso” de conciencia y de humanidad para vivir lo que tendremos que vivir, acompañando silenciosamente a todo/as aquello/as que estarán simplemente aterrorizado.as y paralizado.as por el miedo”.

Las múltiples crisis que atraviesa hoy la humanidad nos confrontan a una fase de la historia donde mucho.as de nuestra.os contemporáneo.as están experimentado la angustia y el desamparo. ¿Cómo procesar estas crisis? ¿Qué claves nos pueden ayudar a atraversarlas?

La figura de Etty me parece muy pertinente para pensar en la actitud correcta para estar-en-el-mundo como creyentes, en estos tiempos de imprevisibilidad a los que nos confrontan las múltiples crisis. En el peor escenario pensable e imaginable, Auschwitz, ella fue capaz de profundizar en ese exceso de conciencia y humanidad que tanto necesitamos. Me parece que profundizar en nuestra condición humana y en la mayor conciencia del momento presente se juegan las claves que nos pueden ayudar a superar la crisis.

En el capítulo 2 del libro del Génesis, lo humano es creado después de un versículo que introduce por primera vez la negación. “Porque Dios Elohim no había hecho aún llover sobre la tierra” (Gén. 2,5). Una regla de exégesis clásica señala que lo humano encontraría su potencia de humanidad en su capacidad de decir no. Decir “no”, nos abre el camino a la trascendencia. La pregunta sería entonces: ¿cuándo, a quién y por qué decir no? Me parece que en el contexto actual la respuesta sería que estamos llamados a decir no, a todo aquello que nos deshumaniza y destruye nuestro ser para los demás y nuestra capacidad de ser misericordiosos.

La negación a toda lógica deshumanizante en Auschwitz en el caso de Etty y de tanta.os otr.as consistía en decir no a todo aquello que los empujaba casi inevitablemente a transformarse en bestias; es decir, en individuos que sólo respondían al instinto de conservación, incapaces de levantar la cabeza en medio del sufrimiento propio para ver el sufrimiento del prójimo e incapaces de abrirse a la experiencia profunda del perdón y la misericordia. Si las múltiples crisis generan dolor e incluso odio, especialmente a los más pobres y frágiles de nuestras sociedades, “lo que importa en última instancia es cómo se lleva, se soporta y se resuelve el dolor, y si uno puede conservar intacto un trozo de su alma” (Etty Ellysum, Una vida conmocionada, p. 161).

Por ello, en ese horrible contexto de muerte y desolación, Etty decía: “estoy lista para todo, para cada lugar en esta tierra al que Dios me envíe, estoy lista en cada situación y en la muerte para dar testimonio de que esta vida es hermosa y llena de sentido, y que no es culpa de Dios, sino nuestra, que las cosas sean como son ahora” (E. Hillesum, Una vida conmocionada, p. 160).

Leí por ahí que “una creencia judía afirma que en cada época en la tierra aparecen 36 justos. Nadie les conoce, ya que se confunden con los hombres comunes. Pero ellos llevan a cabo su misión en silencio, que no es otra que sostener el mundo con la fuerza de su misericordia”. Esos justos, como Etty Hillesum y tantos héroes cotidianos y anónimos, capaces de un exceso de conciencia y humanidad son el testimonio vivo de la resistencia al mal y a la violencia sistémica que azotan a nuestro mundo herido. Tal vez esos justo.as -que desconocen incluso que lo son- son el signo patente de la fuerza de la resurrección que interrumpe la fatalidad de la historia de dominación por medio de actos de gratuidad que “contraen el tiempo”, anticipando la venida del reino, al “derrumbar en su propia carne el muro del odio” (Ef. 2,14). Son esos testimonios concretos los que nos hace aún esperar sin desfallecer.

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